Sirve de antesala al edificio más majestuoso
de Madrid, nada más y nada menos que el Palacio Real. Quizás por ello, por el
hecho de que muchos la atraviesan mirando a esa enorme mole que se despierta sin
tapujos en el horizonte, la Plaza de Oriente se desliza inadvertida para la
gran mayoría. Son muchos los que se detienen en alguno de sus bancos para hacer
un alto en el camino en un entorno de ensueño pero muchos más los obvian todo
lo que este embaucador lugar encierra.
Custodiada por el Teatro Real y por el ya
mencionado Palacio Real, a la Plaza de Oriente la visten dos de los edificios
más representativos de Madrid, pocos pueden decir lo mismo. Esta explanada
acumula varias reformas sobre sus espaldas aunque su diseño definitivo, el que
hoy disfrutamos, viene de 1844. Eso en lo que respecta al trazado ya que los
jardines no recibieron su formato final hasta casi un siglo después, en 1941.
Fue en el Madrid de la posguerra cuando la plaza que actualmente vemos echó a
andar con pujanza.
Seguramente el elemento que más llama la
atención de la Plaza de Oriente es la estatua ecuestre de Felipe IV que se
erige en el centro, un monumento en su momento único en el mundo y que encierra
una genial intrahistoria. Cuando se le planteó en el Siglo XVII al escultor
italiano Pietro Tacca éste recibió una orden muy concreta. La escultura debía
de aparecer apoyada sobre las dos patas traseras del caballo, en corveta. Una
postura que sí se había representado hasta entonces en la pintura pero que en
la escultura nadie había podido plasmar.
El italiano vio, ante su desesperación, como
todos sus bocetos se iban al traste al quebrarse las patas traseras por el
excesivo peso del conjunto escultórico. Desesperado, tuvo que pedir consejo a Galileo
Galilei quien no tardó mucho en darle una solución brillante, la estatua debía
de ser hueca en su parte delantera y maciza en la trasera, para hacer de
contrapeso. Dicho y hecho. De esta forma, la obra que hoy preside la plaza se
convirtió en la primera de la historia que representó esta compleja postura.
Pero Felipe IV y su caballo no son los únicos
habitantes de este lugar, caminando entre sus parterres nos encontramos con
otros veinte curiosos inquilinos, veinte estatuas de antiguos reyes españoles
que, originalmente iban destinadas a la parte superior del Palacio Real pero
cuyo abultado peso hizo buscarles una nueva ubicación, a todas luces, más
segura.
La Plaza de Oriente es un lugar de transición,
no excesivamente destinado al viandante y sí a la contemplación. Parece más un
adorno que un elemento urbano. Pero os invito a romper esta regla no escrita, a
deleitaros con ella y respirar la historia que flota en su ambiente. Por
cierto, su nombre, la Plaza de Oriente, viene de su situación con respecto al palacio.
Desde él se referían a ella como “la plaza que está al oriente” y de ahí heredó
su nombre. Repleta de curiosidades y de una atmósfera esbelta y elegante, la
Plaza de Oriente es uno de los lugares más singulares y agraciados de Madrid.
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