Nos sobran los motivos…
Aprovecho este título de Joaquín Sabina,
el genial músico andaluz pero gato de adopción, y cuyas letras reflejan
magistralmente Madrid, para relataros algunos de los argumentos que tiene esta
ciudad para raptar el corazón de casi todos los que la pisan. Cuando en 2008 me
aventuré a vivir en ella nunca llegué a imaginar que terminaría por engancharme
de esta forma. Una ciudad que, si te entra por el buen ojo, te hace preso de por
vida y jamás te vuelve a liberar. Aún hoy es el día en el que familiares o
amigos me preguntan el porqué de mi fascinación.
Mi respuesta es casi siempre automática; ¿Y por qué no?
Una de las cosas que más teme uno cuando
se traslada a Madrid es si el cambio a una urbe tan grande no terminará por asfixiarlo
y engullirlo. Es cierto que el ritmo que exige e impone no es bajo pero hay un
enorme aspecto que hace mucho más fácil la adaptación, la infinita hospitalidad
que se respira en la ciudad. La fórmula es sencilla, Madrid está formada por mucha
gente que no es madrileña y por madrileños acostumbrados a tratar con gente de
fuera. Esto facilita mucho la ecuación y hace que en el ambiente que estés,
nunca te sientas un extraño sino una pieza más de este enorme puzzle. Madrid te
recibe con los brazos abiertos y esto es algo que se nota en cuanto le pones un
pies encima .
Otro de los aspectos intangibles que me
cautivaron de la ciudad es la constante sensación de libertad que tienes tanto
para pasear como para invertir tu tiempo libre. Me encanta emprender paseos, sin
un itinerario fijo e ir improvisando, atravesar calles desconocidas y cruzar
barrios de gran personalidad. Caminar por Madrid es una aventura ya que nunca
sabes lo que te vas a encontrar a la vuelta de la esquina. Para cada estado de ánimo hay un lugar que
recorrer, a lo que hay que añadir una vasta agenda cultural y de ocio. Siempre
hay exposiciones o propuestas para hacer. Madrid palpita vida, nunca duerme.
Otro de los tesoros de Madrid que no se
mencionan en las guías son sus atardeceres. Posiblemente el único momento del
día en el que la ciudad se da una tregua. Un espectáculo de colores rosáceos y
anaranjados que se desliza entre las siluetas de los edificios más
representativos del antiguo Mayrit. Una explosión cromática que llega sin aviso
previo y desaparece sigilosa ante el murmullo del tráfico. Y así, días tras
día.
Pero si hay un motivo que me ha
encadenado para siempre a Madrid es su historia. Una biografía repleta de
cambios y acontecimientos. Desde que la Corte se trasladó a este lugar, en
1561, Madrid tuvo que aprender a adaptarse a las nuevas necesidades. La llegada
de la Corte, el Siglo de Oro, la huella de los Austrias y de los Borbones o los
alzamientos del 2 de mayo de 1808 son algunos sucesos que se han quedado
grabados a fuego en la idiosincrasia y en las calles de la ciudad. Un magnífico
legado que mantiene al rojo vivo el carácter y el temperamento de la urbe. Al
menos a mí, para amar Madrid, me sobran los motivos.