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Zoo de Madrid: información y horarios
Muchos pueden pensar que una visita al zoo de Madrid es solo un plan para que padres y abuelos entretengan a los más pequeños cualquier fin de semana, pero no es así. Redescubrir el zoo cuando tienes “veintipico” años es una experiencia única que nadie debería perderse.
ZOO de Madrid lleva ya más de 40 años abierto. Es un lugar donde la mayoría ha ido con el cole, con los padres o con los abuelos cuando era pequeño. Hoy, es un espacio en el que descubrir el mundo animal muy de cerca, aprender a respetarlo y, por qué no, volver a sentirse como un niño.
Nuestra visita empezó como una simple actividad de sábado por la mañana en la que buscábamos hacer algo diferente, pero pronto se convirtió en toda una aventura.
Nada más entrar, ya vimos que la experiencia prometía. Con solo echar un vistazo al mapa, reconocimos ciertos imprescindibles que no nos podíamos perder. Pingüinos, lobos, el pequeño panda y el elefantito, los orangutanes, el delfinario, los tigres blancos, las tarántulas y los tiburones... y muchas más especies nos esperaban en cada rincón de este espacio de más de 20 hectáreas.
Lo primero, por supuesto, fue ir a la zona de la fauna asiática para ver al pequeño panda: la última gran estrella del zoo debido a su nacimiento en cautividad. Observar a ese pequeño osezno maravillaba a mayores y pequeños. Junto a él vimos a su madre devorando hábilmente infinidad de ramas y hojas de bambú. Uno se preguntaba: "¿cómo pueden subsistir comiendo solo eso?" Resulta muy curioso.
Siguiendo el recorrido de la zona asiática, también pasamos a ver al panda rojo, al rinoceronte indio, al tapir malayo, al yack, y a los dos elefantes de la casa. Madre e hijo campaban a sus anchas por una espacio privado, donde pudimos comprobar que, si se aburren, encuentran la diversión fácilmente con una gran pelota de goma que les han regalado.
Seguimos subiendo y nos encontramos con la zona de primates. Allí pudimos contemplar orangutanes con sus crías, gibones de manos blancas y hasta un enorme gorila con ojos abiertos de par en par.
Junto a ellos, reparamos en una explanada que prometía: la gran pradera africana y su mirador. No nos resistimos a subir a lo más alto para sentirnos los reyes de, al menos, un pedacito de la sabana. Desde allí, se veían pastar y pasear a cuatro especies africanas diferentes: jirafas, ñus, cebras y avestruces. Junto a ellas, el espacio de las gacelas, los lémures y los graciosos suricatos.
A unos pasos, la zona de los grandes felinos. Dos majestuosos tigres blancos nos observaban tumbados en la hierba. Al lado, el espacio de los leopardos y, frente a ellos, el rey de la selva: el león, que, junto a sus dos hembras, se encargaba de que la paz reinara en toda el lugar.
De pronto, miramos el reloj y nos dimos cuenta de que las exhibiciones iban a empezar. Nos dimos prisa para llegar a tiempo al delfinario aunque, de camino, no pudimos evitar hacer algunas paradas para disfrutar de los camellos, del hipopótamo y del gran rinoceronte blanco.
Ya llevábamos un par de horas en el zoo y sabíamos que aún nos quedaba mucho por ver. Apenas podíamos aguantar las ganas. Ahora le tocaba el turno a la "naturaleza misteriosa". Entramos en un entorno aclimatado en el que se podían ver tarántulas, lagartos, serpientes, tortugas y anfibios de infinidad de especies. No se sabe qué puede más, si la curiosidad y la atracción o el miedo; lo único seguro es que la experiencia fue de lo más enriquecedora.
Después de algún que otro escalofrío, nos adentramos en un terreno aún por descubrir: el espacio australiano. Allí nos esperaban el walabi, los temibles casuarios, los canguros, el emú y otro gran imprescindible: el koala.
Después de verlos, fuimos hacia nuestras últimas paradas: el continente americano y el europeo. América nos descubre a su majestuoso bisonte, a los mapaches y osos hormigueros. Y en su pradera, al tapir amazónico, al ñandú y al guanaco, entre otras especies.
Cabe hacer una especial mención a un pequeño animalillo, el zorro vinagre. Este mamífero se ganó un trocito de nuestro corazón con su curiosa y graciosa rutina: recorría una y otra vez, sin parar, un circuito marcado por sus cuidadores (suponemos que para mantenerlo en forma) y su gracia al recorrerlo sin descanso se convirtió en uno de los momentos más divertidos de la visita.
Por otra parte, en Europa nos esperaban algunos animales conocidos, pero no por ello menos maravillosos. El lince, el gamo, el ciervo, la cabra hispánica, el águila imperial o el oso pardo nos encandilaron como los que más.
Tras ellos, la última parada: la zona de mamíferos marinos y pingüinos. Para llegar aquí, pasamos primero por el espacio de los flamencos. Llamaba la atención cómo estas dóciles aves de color coralino se acercaban a los más pequeños para que les dieran de comer. ¡Podías tocarlos perfectamente y alimentarlos! Eso sí, su delicada dieta solo permite usar unas bolitas con pienso especial que el zoo pone a disposición de sus visitantes.
Ya en la zona de mamíferos marinos, nos sorprendió ver cómo las focas y los leones marinos entretenían a todos con sus divertidas exhibiciones, tal y como hacía los pequeños pingüinos con su gracioso caminar
… Y llegó la hora de marchar. Solo nos faltaba patalear como niños pequeños porque no queríamos irnos. Lo que está claro es que disfrutar del Zoo Aquarium de Madrid ya no está reservado solo a los pequeños.
ZOO DE MADRID
Dirección: Casa de Campo, s/n, 28011 Madrid
Teléfono: 902 34 50 14
WEB: www.zoomadrid.com